Marion es una mujer bella. No solo sus ojos brillan frente al océano antofagastino, o entre los piedras cuando pesca, sino en sus movimientos de vida, tiene todo contemplado para los detalles. Bastó que supiera que yo era socia de una amiga de ella, para que me abriera las puertas de su restaurant y luego las de su casa de par en par.
Un almuerzo perfecto, digno de restaurant de 7 tenedores, y yo ahí, contemplando cada una de sus preocupaciones. ¡Si hasta la música era buena!. Unos temas de los años 50, cantados por una mujer -obviamente-para seguir con algo en español desde Plácido Domingo a José Feliciano, y terminar a todo volumen con Michael Jackson, el rey del pop , que descubrimos a las dos nos gustó desde que era negro.
Marion tiene unos ojos profundos y del color del mar. Su piel tostada la acusa de vivir con la sal entre sus labios. A ratos mira el horizonte y calla. Luego sonríe con sus perfectos dientes blancos, que acusa algunos son de implantes. Yo la escucho hablar de lo que quiera, en su danza de 76 años que en su alma no tiene, y en su andar de viajera.
La veo y me veo hoy en ella. La veo y me ve.
Y nos miramos, como si la vida nos recordara a algún pasajero en tránsito antes visto, o a alguna amiga que ha vuelto para siempre...
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